
En el pueblo en el que crecí todo el mundo hacía exactamente lo mismo que su padre y su abuelo habían hecho antes. “Trabajarás en la fábrica de acero, eso está claro”, me repetían una y otra vez.
Yo nunca me rendí, conseguí un trabajo honesto y juré que nunca volvería a vivir en aquel agujero. Mis hijos no caminarían por las mismas sucias calles que caminé yo.
Me moví a un pequeño pueblo cerca del mar. Siempre lo he visto como el mayor símbolo de libertad que existe, la puerta a lo desconocido, el lugar en el que nadie te molesta. Aquí me haré viejo.
Abrí mi negocio y durante un tiempo las cosas fueron muy bien, conseguí ahorrar dinero y me casé. Dicen que llevar tu propio negocio no merece la pena, que las preocupaciones toman el desayuno contigo, comen en la misma mesa que tú y se meten contigo en la cama, cada día. El mundo es de los valientes y eso es razón suficiente.
Construimos una casa, la diseñamos palmo a palmo. Aquí estará la cocina y aquí el salón; dos plantas, una para nosotros y otra para los niños. Después de dos años teníamos las manos manchadas pero teníamos nuestro hogar, el futuro estaba aquí. Aquellos ladrillos y aquellas vigas simbolizaban todo por lo que había luchado en la vida, mostraban que cada gota de sangre, cada herida y cada paso que había dado en la vida, habían valido la pena. Si naces perdedor no tienes porque morir perdedor.
Los años pasaron y esta ciudad no supo amoldarse a los nuevos tiempos. Tiendas, fabricas y empresas cerraron; mucha gente tuvo que buscar un futuro lejos de aquí, en la carretera que conduce al corazón de este país, a través de las secas tierras que señalan que el océano, que el sentimiento de libertad, está en el retrovisor.
Mis hijos se marcharon y la casa se hizo demasiado grande para dos, la vendimos junto a nuestros recuerdos y nuestros sueños. Los planes a largo plazo no suelen salir como uno espera.
Aquí ya sólo quedan viejos, adolescentes y niños que corren por el parque, el mismo en el que construimos nuestra casa, el mismo en el que está el banco marrón en el que mi mujer y yo nos sentamos cada semana acompañados por el silencio de la noche, mirando lo que un día era nuestro futuro y hoy es nuestro pasado.
*Inspirado en una idea de Edu.