
Sin tener nada que objetar a algo que no ha cambiado en él, su actitud. Darlo todo todas las noches, dando igual estar en Nueva York que en un pueblo perdido de Iowa. Desde el primer día que subió a un escenario, hasta hoy. Con casí 60 palos y sin tener nada que demostrar a nadie. Dando de paso una lección a todos los nuevos grupos dandies, indies o como se llamen, que se pasan el día perdonando la vida a sus seguidores, bebiendo whisky y drogados hasta las cejas. Muy confundidos con lo que significa el rock.
En San Mamés estábamos muchos, viejos y nuevos amigos de Bruce. El concierto empezó con un guiño a los primeros “The Ties That Bind”, tema en el que se inspira el título de este post, dando a entender que todo iría bien. Finalmente sucedió todo lo contrario, se dedicó prácticamente en exclusiva a agradar a sus nuevos colegas, olvidándose de los que siempre han estado ahí con él.
El “set list” tremendamente parecido al de hace un año en Madrid. Está claro que nadie tiene 36.000 amigos de verdad, que el dinero manda, y hay que amortizar las giras, sino no se entiende que puedan existir los conciertos en estadios de fútbol, donde el sonido es malo y la gente va a pasar el tiempo ante la ausencia de un plan mejor.
Sino como se explica que no dejen de sonar las mismas canciones que han sonado durante las últimas giras, como si se tratase de un “juke-box” aburrido de pelotas. No se cansan de tocar los mismos temas: Badlands, The River, The Promised Land (en un intento vano de agradar a los clásicos), a parte de las infumables Waiting On A Sunny Day, American Land y de destrozar Johnny 99 para hacerla apta para todos los públicos. Es una pena, que un artista y una banda con un repertorio construido a través de los años difícil de igualar y capaz de desafiar a cualquiera que oponga la más mínima resistencia, haya caído en el más absoluto de los olvidos.
¿Dónde están Darkness on the Edge of Town, Backstreets, The Price You Pay, Wild Billy’s Circus Story y tantas otras?
Ayer en San Mamés hubo muy pocos momentos en que conectamos como en los viejos tiempos, “Jungleland”, “Rosalita”, “My Love Will Not Let You Down” y sobretodo la mítica “Factory”, que nunca la había escuchado en directo. Para más inri, cuando sonó esta última, llegue a escuchar a alguien decir que se dejase de mariconadas; no te jode, para un detalle que tiene y los nuevos coleguitas encima se enfadan.
Ahora escuchando a los posibles críticos de mi viejo colega, sólo puedo suscribir las palabras de Ignacio Juliá en su libro sobre Bruce: “Promesas Rotas”:
“Hace diez años las declaraciones de Cohn (periodista que criticó ferozmente a Bruce) me hubieran parecido una aberración; hoy sin compartirlas, las comprendo. Y sospecho que eso significa que he crecido, he madurado; que sé muchas más cosas de las que sabía entonces. Esto me permite contemplarle con mayor objetividad”.
“En lo que a mi respecta, supongo que bastaría un soplo de la antigua magia -un emocionante concierto- para reavivar viejos fuegos. Es una cuestión de fe, de ilusión por el rock”.
En definitiva, es una pena que sus nuevas canciones y las más conocidas de antes, sean más famosas que aquellas inolvidables carreras en las calles y aquellas noches en las que Bruce buscaba algo en la noche dando igual si lo encontraba o no.